La Historia de Pocho

La Historia de Pocho

Éste sería uno de tantos relatos de encuentros con lo extraño. Un relato que le escuché a un señor peruano, sobre algo que le sucedió tiempo atrás y que, a día de hoy, cada vez que lo recuerda, un resquemor le sobreviene que eriza su piel; y como verán, no es para menos.

Relataba que cuando vivía en Lima, solía volver muy tarde del trabajo; en un horario donde las calles estaban desoladas. En una ocasión, llegando a la pensión donde alquilaba, miró con intriga a unos pequeños niños, jugando a la pelota en una canchita que los chicos del barrio solían improvisar en un lote baldío. Era una noche de invierno y cerca de las 3 AM, por lo que aquella observación le causaba doble intriga; especialmente notando que no reconocía a ninguno de ellos, pues no pudo verles el rostro dado que allí no había un poste de luz cercano.

Para acceder al portón de la pensión, debía pasar por un lado de este lote; al hacerlo, aquellos niños con insistencia comenzaron a saludarle y a llamarle:

“¡Pocho…Pocho…ven Pocho…!”

Este señor entre sorprendido y extrañado, ingresó a la pensión y cerró el portón. Muchas preguntas pasaron por su cabeza: ¿Quiénes eran esos niños? ¿Cómo sabían su apodo? ¿Por qué jugando a la madrugada en esa oscuridad? Pero el cansancio que llevaba le superó y ni bien se acostó, se durmió.

Al día siguiente fue al trabajo nuevamente y olvidó aquello. Un día rutinario sin ninguna variante pasó sin pena ni gloria, excepto por lo que al regreso de su trabajo encontraría. Tras ir llegando a la pensión, con su mente aun en el trabajo, a la vez que caminaba por aquella calle desolada donde solo se escuchaba el eco de sus pisadas; un sonido le volvió a la realidad. Era el sonido de aquellos niños de la noche anterior; que nuevamente se encontraban jugando a la pelota en aquel mismo lugar.

Mientras se aproximaba a la pensión, introdujo su mano en el bolsillo del pantalón en busca de las llaves, pero su mirada y concentración se encontraba con aquellos niños, los cuales, igual a la noche anterior, comenzaron a llamarle:

“Pocho…Pocho… ¿como estas Pocho?...Algo le advertía, algo le intuía, que aquello no era normal.

Sintió desconfianza, miedo. Y fue cuando uno de estos niños, de no más de 8 años, comenzó a aproximársele. . .Ahí sintió una extraña parálisis. Quedó quieto mirándolo a este pequeño que, pronunciando su nombre se aproximaba. El rostro de este niño no podía visualizar por la oscuridad, pero a medida que se acercaba, la tenue luz de un foco lejano, le fue aclarando el rostro. Y pudo verle los ojos negros, sin pupilas, acompañados de una sonrisa amplia de dientes amarillos, muy picados. Su tez pálida, con manchas oscuras. Sus manos muy grandes, como de hombre adulto, dejaban ver una uñas largas y negras que sostenían una vieja pelota. El ser, que parecía un niño, se puso muy cerca de él, a centímetros, y esta vez con voz de viejo, le dijo:

Pocho… ¿porque no juegas con nosotros?

Cuenta este señor, que sin saber de donde, saco fuerzas y corrió sin parar; hasta llegar a un kiosco a unas dos cuadras donde un conocido de él trabajaba toda la noche. Con la agitación que traía, sumado al espanto, intentó contar lo que le pasó. A diferencia de lo que muchos pensarían, todos en aquella zona le creyeron, pues ese sitio baldío, fue antiguamente una casa que se decía estaba embrujada.

La casa fue comprada, luego demolida y el terreno limpiado. Pero los nuevos dueños nunca pudieron construir nada allí, pues desde que la adquirieron, una seguidilla de hechos infructuosos les pasaron, casi como si tuvieran una maldición sobre ellos.

Por razones económicas, este hombre no podía irse inmediatamente de aquella pensión. Sin embargo, no trascurrieron más de 3 meses y consiguió un lugar mejor. Pero hasta entonces, tuvo que pagar a un amigo para que le acompañara hasta su casa todas las noches, pues le daba verdadero pánico, horror, encontrarse con aquello de nuevo.

Cuenta, que estando ya en su cama, no pasaba noche sin escuchar botar la pelota en esa canchita. Y mientras el miedo le obligaba a subir las frazadas hasta su cabeza, podía escuchar pronunciar su nombre en boca de aquellos niños, que entre risas y burlas le llamaban:

“…Pocho…Pocho….ven con nosotros Pocho…”

Autor: Victor Jofre

¿Te gusto? Te recomendamos...