Danger Reef

Dawn era una chica de trece años que vivía en una pequeña villa costera de Nueva Inglaterra. Un sábado por la mañana salió de su casa antes de lo habitual, porque tenía que jugar un partido de voleibol en el pabellón municipal, situado a cierta distancia del centro urbano. Para llegar a tiempo decidió atajar por un camino poco transitado, que bordeaba la costa. Una vez allí, Dawn se cruzó con dos individuos de mal aspecto, que, a juzgar por sus facciones un tanto extrañas, debían de ser oriundos de Cape Owe

Dawn era una chica de trece años que vivía en una pequeña villa costera de Nueva Inglaterra. Un sábado por la mañana salió de su casa antes de lo habitual, porque tenía que jugar un partido de voleibol en el pabellón municipal, situado a cierta distancia del centro urbano. Para llegar a tiempo decidió atajar por un camino poco transitado, que bordeaba la costa. Una vez allí, Dawn se cruzó con dos individuos de mal aspecto, que, a juzgar por sus facciones un tanto extrañas, debían de ser oriundos de Cape Owen. Ella había oído muchos rumores siniestros sobre los rudos y taciturnos habitantes de Cape Owen, de quienes se decía que formaban una raza aparte, pues solo se casaban entre ellos y apenas mantenían relaciones con los pueblos vecinos. Incluso se insinuaba que todos ellos eran medio brujos y que practicaban extraños rituales, posiblemente heredados de los indios. Así pues, Dawn hizo todo lo posible para esquivar a aquellos hombres, pero estos, que quizás estaban esperándola, no le dieron ninguna opción. Se arrojaron sobre ella, le quitaron el móvil y le suministraron un poderoso narcótico, que la dejó rápidamente sin sentido. Luego la echaron a un bote de remos que habían escondido en una cala cercana y pusieron rumbo a  Danger Reef, un islote desierto situado en las cercanías de Cape Owen. Dicho islote tenía muy mala fama y solo los pescadores de Cape Owen lo visitaban esporádicamente, aunque nadie sabía muy bien por qué, pues en la zona había otros lugares mucho más adecuados para la pesca. Y siempre se acercaban a él en botes de remos, pues decían que el ruido de un motor hubiera podido despertar a los monstruos marinos que, según sus leyendas, vivían bajo las aguas adyacentes.

Cuando llegaron a Danger Reef, los secuestradores depositaron a Dawn, que seguía inconsciente, sobre la arena de una pequeña playa, con la aparente intención de abandonarla. Pero entonces un muchacho de la edad de Dawn apareció de repente y golpeó la cabeza del secuestrador con una piedra, abriéndole una brecha sangrante en la frente y dejándolo temporalmente sin sentido. El otro secuestrador sacó una navaja, pero el muchacho silbó y el que apareció esta vez fue un perro de mediano tamaño, que mordió al hombre en un brazo, haciendo que soltara su arma. A continuación, un nuevo garrotazo dejó fuera de combate al segundo secuestrador y, tras acariciar rápidamente al perro para felicitarlo por su oportuna intervención, el muchacho desconocido mojó el rostro de Dawn con agua de mar, hasta que la muchacha recobró el conocimiento. Una vez despierta, Dawn quiso hacerle unas cuantas preguntas a su misterioso salvador, pero este le dijo:

-Primero debemos irnos de aquí, antes de que esos dos se despierten. ¿Sabes remar?

-Sí,  un poco. Mi padre me enseñó.

-Vale, entonces sube al bote y, cuando estemos en el mar, te lo contaré todo.

Los dos muchachos y el perro subieron al bote de los secuestradores, que pronto los llevó al mar abierto, lejos del siniestro Danger Reef. Mientras remaban rumbo al continente, el muchacho le dijo a Dawn:

-Me llamo Tom y soy de Boston. Vine aquí de vacaciones con mis padres y, al igual que tú, fui secuestrado por los hombres de Cape Owen, hace ya un par de semanas. También a mí me llevaron a Danger Reef y, por lo que les oí decir a mis secuestradores, pensaban ofrecerme en sacrificio a una especie de monstruo que, según sus leyendas, vive en ese maldito islote. Al parecer, cada cierto tiempo secuestran niños y se los ofrecen como alimento al monstruo, porque creen que eso les traerá suerte en la pesca. Cuando me abandonaron en la playa estaba tan asustado que durante mucho tiempo no hice más que llorar como un niño pequeño. Luego pensé que, si me arrojaba al agua, podría abandonar el islote a nado, pero, cuando iba a hacerlo, apareció este perro y empezó a ladrar, como si quisiera disuadirme. Entonces me fijé en el mar y me di cuenta de que bajo la superficie me esperaba un congrio gigante (seguramente el monstruo al que se referían mis secuestradores). En realidad, he visto no uno, sino muchos congrios gigantes en las aguas que rodean Danger Reef, por lo que intentar abandonar esa isla a nado sería prácticamente un suicidio. Al advertirme con sus ladridos el perro me había salvado la vida, así que nos hicimos amigos y desde entonces siempre hemos estado juntos. Como en la isla no había madera para hacer una balsa ni pasaban barcos a los que pedir ayuda, hasta hoy tuvimos que permanecer allí los dos solos. De día nos refugiábamos en una cueva, porque yo temía que volvieran mis secuestradores para echarme al mar. Pero por la noche salíamos en busca de comida: huevos de pájaros, algún pez despistado, agua de lluvia que encontrábamos entre las rocas… lo que fuera.

-Lo has pasado muy mal, Tom. Creo que yo me volvería loca si tuviera que pasar tanto tiempo sola en Danger Reef. Seguramente me habría tirado al mar para que me devoraran los congrios.

-Sin duda eso es lo que han hecho muchos. Pero no estaba solo, tenía conmigo a Bob.

-¿Bob? ¡Ah, claro, es así como llamas a tu perro!

-Bueno, técnicamente no es mío. No sé a quién pertenecía ni cómo lo llamaría su verdadero dueño, ni siquiera sé cómo llegó a la isla, pero lo cierto es que me ha ayudado mucho. De no ser por él, estaría muerto o habría perdido el juicio, así que no quiero separarme de él nunca más.

Como si comprendiera las palabras de Tom, Bob le lamió cariñosamente la cara y el muchacho le acarició su peluda cabeza. Pero aquella escena idílica se vio bruscamente interrumpida cuando el bote se estremeció súbitamente, como si hubiera chocado con algo. Dawn palideció y dijo:

-¿Ha sido… un escollo?

Tom, igualmente turbado, respondió en voz baja, como si temiera que alguien (o algo) pudiera oír sus palabras:

-No creo que haya escollos tan lejos de la costa. Tuvo que ser un animal.

-¿Quieres decir… un congrio gigante?

-No, algo más gigantesco aún.

Entonces la inmensa cola de un enorme cachalote surgió del mar y golpeó nuevamente el bote, que estuvo a punto de irse a pique. Milagrosamente la pequeña y frágil embarcación logró resistir el impacto, pero el cachalote permaneció en las cercanías, aparentemente con malas intenciones. Aunque Tom intentó espantarlo amenazándolo con un remo, el temible cetáceo no se dio por aludido y siguió acechando a los asustados ocupantes del bote. Mientras Tom hacía vanos esfuerzos para intimidar al temible cachalote, Dawn, a causa del miedo, sintió un principio de mareo y, aunque hubiera querido ayudar a su compañero, se vio obligada a sentarse. Entonces la luz del sol le permitió ver algo que primero la sorprendió, luego la asustó y finalmente la decidió a hacer algo que parecía un acto de crueldad, además de una locura. Tomó su remo y golpeó con todas sus fuerzas a Bob, que, a causa del impacto, cayó al agua, donde fue rápidamente devorado por el cachalote. Luego el cetáceo se sumergió, dejando en paz a los demás ocupantes del bote. Tom, furioso, agarró a Dawn y le dio una bofetada en pleno rostro.

-¿Por qué tenías que hacer eso? ¡Bob era mi amigo!

Dawn, que estaba pálida como una muerta, le dijo:

-¡No era tu amigo! Nos habría matado a los dos cuando hubiéramos dejado de serle útiles.

-¡Estás loca! ¡Si solo era un pobre perro!

-¡En Danger Reef nunca hubo ningún perro! Él era el verdadero monstruo de la isla. Ya no se conformaba con los sacrificios que le ofrecían los hombres de Cape Owen y, como no podía salir de la isla sin riesgo de ser devorado por los congrios, necesitaba que alguien lo llevara al continente, donde tendría más presas a su disposición. Podía cambiar de forma para engañarnos, pero solo era una ilusión, así que su sombra seguía siendo la misma. Como pasabais los días en una cueva, tú nunca llegaste a verla, pero yo la vi… y te aseguro que no era bonita. Tenía muchos tentáculos, como las presas favoritas del cachalote… y a él no pudo engañarlo.

Tom tardó en asimilar las palabras de Dawn, pero finalmente comprendió que ella tenía razón. Le pidió perdón por la bofetada, ella aceptó sus disculpas y, una vez reconciliados, los dos nuevos amigos siguieron remando hacia la costa que los esperaba.

 

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