
Eduardo era un adolescente tímido que no destacaba en nada: no era muy guapo ni demasiado bueno en sus estudios, tampoco se le daba bien ninguna actividad extraescolar y, aunque tenía buen corazón, carecía de esa simpatía innata que facilita las relaciones sociales, por lo que solo tenía un amigo íntimo. Este se llamaba Jong y era un compañero de clase de origen oriental, cuyos padres regentaban el único restaurante tailandés de la ciudad. Jong era el único confidente y el paño de lágrimas de Eduardo, que últimamente se hallaba especialmente deprimido. El principal motivo de su tristeza era que se había enamorado de Clara Guzmán, la chica más guapa de su clase, pero, como no se sentía capaz de conquistarla, veía su amor como un sueño imposible. Y es que Clara solo parecía tener ojos para los chicos que destacaban en algo: el héroe del equipo de baloncesto, el ganador del concurso escolar de dibujo artístico, el chico de la otra clase que tocaba tan bien la guitarra, etc. Pero a Eduardo lo único que se le daba bien era escribir poesía y eso, aparentemente, no le interesaba ni a Clara ni a nadie.
Un sábado por la tarde toda la clase estaba invitada a celebrar una fiesta de cumpleaños en la mejor pizzería de la ciudad y, mientras se dirigían al evento, Eduardo y Jong mantuvieron la siguiente conversación:
-Sé que no me lo voy a pasar bien en la fiesta, porque para mí va a ser una tortura estar toda la tarde viendo cómo Clara habla con todo el mundo menos conmigo. Si voy es por no hacerle un feo a Sara (la chica que cumplía años), porque la verdad es que hubiera preferido quedarme en mi casa escribiendo.
-Pues ahora que hablas de escribir… ¡mira lo que te he traído!
Entonces Jong le entregó al sorprendido Eduardo un bolígrafo aparentemente vulgar y, antes de que tuviera tiempo para preguntar nada, le dijo en voz baja:
-El bolígrafo es normal, pero la tinta que lleva dentro es mágica. Mis antepasados del Lejano Oriente la fabricaban antiguamente utilizando una fórmula secreta y, aunque parezca increíble, tiene el poder de hacer realidad cualquier historia que se escriba con ella, siempre y cuando sea algo mínimamente verosímil.
-¿De veras? O sea, si escribo “Clara se enamorará de mí”…
-Bueno, no es tan fácil. La tinta no puede manipular los sentimientos de las personas, solo provocar acontecimientos. Lo que puedes hacer es escribir una historia en la que realices algo heroico, de forma que Clara empiece a fijarse en ti.
-Estaría genial, pero no sé qué escribir exactamente.
-Bueno, ya lo pensarás durante la cena. Mira, ahí está la pizzería.
Los dos amigos entraron en el local y, tal como Eduardo había pronosticado, Clara (que, por cierto, estaba preciosa) charló con todos los “héroes” del instituto, pero a él no le hizo ningún caso más allá de un frío saludo. Entonces decidió usar la tinta mágica que le había dado Jong para escribir un relato que, si se hacía realidad, lo convertiría en el verdadero héroe no solo del instituto, sino de toda la ciudad. Ideó una historia en la que unos criminales secuestraban la pizzería e intentaban agredir a sus compañeros, pero él los rescataba a todos como si fuera un personaje de cine. Así que tomó el bolígrafo y escribió rápidamente: “Dos delincuentes con antecedentes por homicidio se fugan de la cárcel, entran aquí huyendo de la policía y nos amenazan con sus armas. Viene una patrulla por los criminales, pero estos tienen rehenes y los agentes no pueden…” En aquel preciso instante el bolígrafo dejó de escribir, como si se le hubiera acabado la tinta. Eduardo, asustado, llamó a Jong y le explicó en voz baja lo que pasaba. Si esperaba que su amigo le diera alguna solución, se equivocaba, porque el joven tailandés se quedó tan estupefacto como él al saber que la tinta mágica se había agotado:
-¡No puede ser! Ayer mismo comprobé la tinta y tenía más que suficiente para escribir una página entera.
-¿Y no podrías hacer más?
-Imposible, la fórmula se perdió hace generaciones y esa era toda la tinta que nos quedaba. Bueno, ahora hay problemas más urgentes. Lo que has escrito pronto se hará realidad y no podemos estar aquí cuando vengan los delincuentes, pero tampoco podemos abandonar a los demás a su suerte. Tenemos que ir al cuarto de baño y cerrar la puerta por dentro.
-¡Pero entonces todos pensarán que somos gays!
-¡Eso ahora no importa! Además, te aseguro que pronto tendrán otras cosas en las que pensar.
Segundos después de que los dos amigos hallaran un precario refugio en el cuarto de baño, las palabras escritas por Eduardo se hicieron realidad y dos peligrosos prófugos armados entraron en la pizzería, armados con sendas pistolas. Tomaron como rehenes a todas las personas que encontraron allí, tanto empleados como clientes, y amenazaron con cometer una masacre si la policía intentaba entrar en el local. Como estaban ocupados atando a sus prisioneros, los secuestradores no se acordaron de registrar los baños, pero solo era cuestión de tiempo que alguno de ellos decidiera ir allí a echar un vistazo. Así pues, Eduardo y Jong tenían el tiempo justo para pensar en algo. Al primero no se le ocurría nada, pues no había llegado a escribir la parte del relato en la que él rescataba a Clara y a sus compañeros, pero Jong revisó las palabras que había tenido tiempo de escribir y tuvo una idea. Sacó del bolsillo un bolígrafo con tinta normal y, en vez de continuar el texto (lo cual, agotada la tinta mágica hubiera sido inútil), lo que hizo fue tachar todas las letras salvo las que aparecen a continuación en mayúscula: “Dos delinCuenTes con antecedentes por Homicidio se fUgan de la cárceL, entran aquí HUyendo de la policía y nos amenazan con sus armas. VIENE una patrulla POR LOS CRIMINALES, pero estos tienen rehenes y los agentes no pueden…”
A continuación se oyeron gritos de terror procedentes del comedor y el suelo tembló, como si se estuviera produciendo un terremoto o, más bien, como si algo muy grande y pesado se hubiera movido en las cercanías. Eduardo, que pese a no entender nada estaba aterrorizado, y Jong, que parecía relativamente sereno, esperaron a que el suelo dejara de temblar y luego volvieron al comedor, donde se encontraron con un espectáculo dantesco: una pared había sido derribada, los dos secuestradores yacían aplastados por los escombros que les habían caído encima y los rehenes chillaban como locos, completamente aterrorizados por lo que habían visto, aunque todos ellos se hallaban físicamente ilesos. En cuanto al responsable de todo aquello, se había marchado tan rápida y misteriosamente como había venido, sin dejar más rastro que unos cuantos árboles aplastados en la acera de enfrente. Eduardo seguía sin entender nada, pero entonces Jong le dijo al oído:
-Tachadas las demás letras, el texto que habías escrito con la tinta mágica quedó reducido a “Cthulhu viene por los criminales” y eso fue lo que pasó.
-¡Pero habías dicho que solo podían hacerse realidad las historias verosímiles, no las fantasías de Lovecraft!
-Sí, pero la existencia de Cthulhu era para mí perfectamente verosímil, pues mis antepasados lo han adorado en secreto durante muchas generaciones. Bueno, ahora será mejor desatar a los demás e intentar tranquilizarlos. Siento no haber podido ayudarte con lo de Clara, pero para compensar mañana te invito a comer en el restaurante de mis padres. Y así podré presentarte a algunos miembros de mi familia que aún no conoces.
Al día siguiente Eduardo acudió a comer al restaurante tailandés, donde conoció a Naomi, una prima de Jong que estudiaba en otro instituto. Naomi era tan guapa como Clara, pero mucho más simpática, de modo que Eduardo y ella no tardaron en hacerse buenos amigos. En realidad, Naomi llevaba tiempo deseando conocer a Eduardo, pues había leído los poemas que este solía publicar en Internet y le habían gustado mucho. Incluso había escrito una historia en la que ambos se conocían, lo cual explica que hubiera tan poca tinta en cierto bolígrafo.