El Condenado

El Condenado - Historias Reales de Terror en Gatopulta.com

“Hay un condenado en el pueblo”, dijo mi tía abuela durante la comida. Todos quedamos en silencio. Citadinos como somos, nos reímos dos segundos después de la revelación de la matriarca de la familia.

¿Un condenado, tía? ¿Por qué crees en esas cosas?, dije con una sonrisa burlona.

-Pero ya lo han visto varias personas, hija. El Arturo lo vio en la cancha de fulbito cuando estaba guardando madera, y la María lo vio caminando en la pista, cuando volvía de noche a su casa. Dicen que está con la ropa con la que lo enterraron y que arrastra cadenas. Todos en el pueblo están hablando del pobre condenado y su familia va a ir a hacer una misa en la tumba para que pueda descansar por fin, pero quién sabe cuándo lo harán, están peleándose por la herencia del finado. Mucha plata tenía pues, hizo que lo enterraran con sus anillos de oro, con sus mejores ropas. Así uno no se puede morir, uno se va como vino, con nada.

Mi hermano y yo escuchábamos con atención, como habíamos escuchado desde pequeños todas las historias de mi tía abuela. Ella había visto tantas cosas; sabía lo que iba a pasar porque los muertos de la familia se lo comunicaban en sueños, había visto a mi abuela fallecida varias veces en su caserón, la última vez fue cuando salió al baño de madrugada y la encontró sentada en la cocina quejándose de que la limpieza no estaba bien hecha.

Muchos años atrás me había separado a rezos de mi tío fallecido

“Ya no estás aquí, papito”, le había dicho la tarde después de su velorio, cuando la puerta se abrió de golpe con un viento frío y yo salí a su encuentro gritando su nombre ante el asombro de mis padres. Ella saltó de su máquina de tejer y me agarró antes de llegar a la puerta

“No, hijito”, dijo llorando, “No le hagas daño a tu sobrinita, ya te fuiste, papito”.

¿Cómo no creerle? Su reputación de pitonisa y vidente la precedía.

¿Por qué se habrá condenado, tía?, pregunté olvidándome de mi plato a medio comer.

Ese señor era un hombre muy avaro, tenía tierras, casas, dinero, pero nunca ayudaba a nadie, a sus hijos los crió con lo mejor, pero sus hijos le salieron malos como él, nunca lo cuidaron, ni la misa le han hecho. Ahorita están peleándose por su plata y mucha de esa riqueza es robada. Malo malo era ese señor, por eso se ha condenado.

¿Qué pasa si te encuentras con el condenado, tía?

Te mata. Se alimenta de las almas, te chupa la sangre y los sesos. Ya han desaparecido varias personas en estas semanas. Estará buscando pues, pero la gente ya sabe y ya no salen, están andándose con cuidado, ya lo han visto varios.

Con los días venideros la noticia del condenado comenzó a caldearse en el pueblo, ya no eran dos personas las que lo habían visto. El señor Jhony lo vio en el bosque mientras recogía a sus vacas de noche y del susto una se fue corriendo cuesta abajo. Mi tía contó que su paisano estaba bajando a sus vacas del cerro y que escuchó ruido de cadenas detrás de él.

“Amigo, ayúdame”, le había pedido el condenado con voz de ultratumba.

El pobre señor Jhony volteó a ver quién le hablaba y la luz de la luna le reveló un bulto sin cara, tenía grandes cadenas atadas a sus brazos y piernas y en cada paso sacaba candela de la tierra. Era el condenado. El campesino, lleno de miedo, apuró el paso sin responder, siguió bajando rápido con las piernas temblando de temor y rezando en voz baja.

“Ayúdame, amigo, hazme caso, te estoy hablando, ven, ayúdame. Dios me ha botado”, le pedía el condenado. Siguió al campesino hasta las faldas del cerro y cuando llegaban al camino del pueblo, el condenado ya no pudo avanzar, gritó con rabia, trató de coger a una de las vacas sin éxito y echando fuego se volvió sobre sus pasos. “Diosito no les deja bajar con la gente, qué será pues, su condena es estar en el cerro, pero si el Jhony se quedaba y le hacía caso se moría ahí mismo”, explicó mi tía.

En el pueblo se decía que el hombre había sido malo, que por encima de su riqueza había robado a muchas personas y que por eso Dios no lo había aceptado y lo devolvió para que pague sus pecados. Muchas personas habían ido a ver a los hijos para que puedan solucionar el problema, los habían encontrado asegurados bajo siete llaves para que el condenado no vaya por ellos.

-Su padre ha robado a gente, tienen que ir a pedir perdón a esas personas y devolver lo que puedan, solo así la almita va a descansar en paz. Después tienen que hacerle una misa para que el cuerpo pueda volver a su lugar. Si ustedes no actúan, vamos a organizarnos para buscarlo y quemarlo, para que deje de asustar a nuestros niños y animales.

Tanta fue la presión de la gente que los hijos tuvieron que aceptar devolver las riquezas malditas de tu padre. Con ayuda de gente del pueblo buscaron la plata y joyas robadas que el condenado había enterrado en el jardín de su casa. Descubrieron monedas de oro, plata tallada, dólares, todo envuelto cuidadosamente. A los pocos días se convocó al cura del pueblo para que bendiga la casa y se realizó una misa a puertas cerradas en el cementerio. Solo los hijos estuvieron presentes, pero todos en el pueblo saben que el cura sudaba frío mientras bendecía la oscuridad de aquel ataúd vacío.

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