
Mi madre tenía una fobia especial a la lavadora. Era uno de esos viejos aparatos de tambor
horizontal, que tenía una paleta giratoria en el centro. Siempre que mi madre tenía que meter la mano en
el agua jabonosa del tambor para retirar las prendas, lo hacía a regañadientes y adoptando una posición
de defensa, como si se preparara para huir.
Una vez, durante una tarde de lluvia, le pregunté sobre aquel miedo en particular. Esa vez, mi madre había bebido demasiado y quizás por eso fue que me refirió una historia que me dejó helado.
Dijo que hace mucho, cuando yo contaba con unos meses de edad, ella estaba esperando que terminara
el ciclo de lavado cuando la máquina comenzó a emitir un sonido extraño. Era como un zumbar grave,
dijo, que aterradoramente se parecía al respirar de una persona. Mi madre quedó impresionada y se
escapo a su cuarto, pero luego se tranquilizó y se dijo a sí misma que se estaba dejando asustar como una
chiquilla.
Regresó a la máquina, que ya había terminado de lavar, y metió la mano en el agua turbia para
sacar las prendas. Entonces sintió un dolor agudísimo en la mano, y cuando trató de retirarla se vio
imposibilitada de hacerlo, había algo allí abajo que la retenía y le desgarraba la piel. Ella gritó y volvió a
tironear, y en ese segundo intentó logró retirar la mano… chorreante de agua jabonosa y de sangre.
Le faltaba un dedo, el anular. Lo que fuese que estaba allí bajo, en el agua, se lo había arrancado. Se sentía a
punto de desmayarse y no entendía nada. Y en ese momento ocurrieron dos cosas. Primero, la máquina
comenzó a funcionar de nuevo pese a que la tapa estaba abierta, hecho que, según el manual de
instrucciones, era imposible.
Lo segundo que ocurrió fue lo peor de todo. Del agua turbia comenzó a salir una cabeza. Una cabeza pelada, diabólica, de ojos amarillos que se fijaban en ella. Sonreía. Entre sus labios tenía el dedo sangrante de mi madre, que aún se retorcía como una lombriz en el anzuelo. Mi madre alcanzó a cerrar la tapa de la lavadora y corrió a meterse dentro de la casa.
Ese fue el relato que me contó mi madre aquella tarde. Pero mi padre después contó otra cosa. Dijo que el
dedo lo perdió en un accidente laboral, mientras estaba borracha.
Pero si esa historia es cierta, ¿por qué mi madre eligió contar algo tan terrible a un chico de diez años?
Mis padres fallecieron tiempo después, y aún me sigo preguntando lo mismo...