Bakemeko

BAKEMEKO (CUENTO FANTÁSTICO): Hace muchos años, tuvieron lugar en la isla de Hokkaido unos misteriosos asesinatos, que las gentes sencillas atribuyeron al Bakemeko, el monstruoso gato-vampiro de las leyendas japonesas. Quienes osaban internarse en el bosque aparecían tendidos sobre un charco de sangre, con dos heridas en el cuello semejantes a las que podrían infligir los colmillos de una fiera. También las huellas que se veían cerca de los cadáveres parecían pertenecer a un enorme felino de especie descono

Hace muchos años, tuvieron lugar en la isla de Hokkaido unos misteriosos asesinatos, que las gentes sencillas atribuyeron al Bakemeko, el monstruoso gato-vampiro de las leyendas japonesas. Quienes osaban internarse en el bosque aparecían tendidos sobre un charco de sangre, con dos heridas en el cuello semejantes a las que podrían infligir los colmillos de una fiera. También las huellas que se veían cerca de los cadáveres parecían pertenecer a un enorme felino de especie desconocida.

Aterrorizados, los prohombres de la región visitaron a la sacerdotisa del templo y le suplicaron que exorcizara al Bakemeko. La sacerdotisa era una joven doncella, que había heredado el puesto de su difunto padre. Anteriormente muchos aldeanos habían puesto en duda que aquella muchachita pudiera ser una buena sacerdotisa, pero el miedo hizo que olvidaran sus dudas. Tras oír los ruegos de sus feligreses, la joven suspiró apesadumbrada y dijo:

-Puedo invocar a los dioses para que expulsen al Bakemeko, pero, para que el ritual sea eficaz, debe realizarse en la fecha adecuada. Y todavía faltan varios días para que llegue ese momento. Mientras tanto, yo no tengo poder para proteger a la aldea.

Al oír estas palabras, todos aquellos hombres palidecieron y uno de ellos dijo:

-¿Y qué podemos hacer hasta entonces? Pues, mientras esperamos, el Bakemeko no dejará de matar.

La sacerdotisa les dedicó a sus aterrorizados huéspedes una sonrisa tranquilizadora y contestó:

-Mientras tanto, podemos solicitar otro tipo de ayuda. Proteger al pueblo de los demonios es mi responsabilidad en todos los sentidos, así que invertiré el legado de mi padre y contrataré a un ronin que nos defienda del Bakemeko.

-¿Cómo podéis fiaros de alguien así, venerable sacerdotisa? Un ronin es un samurái que abandona a su señor feudal para vender su espada al mejor postor.

-En efecto. Así pues, nosotros seremos los mejores postores.

-¿Y se podrá matar al monstruo con una espada?

-Lo ignoro. Precisamente por eso ardo en deseos de comprobarlo.

Así pues, la joven sacerdotisa contrató a Takeda, un famoso ronin de la región. Este era un hombre taciturno y solitario, de quien se decía que no creía en los dioses ni respetaba las normas del Bushido. Sin embargo, era un buen espadachín y tenía su propio código particular, que hacía de él un fiel paladín (por supuesto, a cambio de un precio). La sacerdotisa contaba con bastante dinero, así que le ofreció una buena cantidad a Takeda por patrullar los alrededores de la aldea y otra, mucho mayor, si conseguía espantar o destruir al Bakemeko. Cuando llegó al bosque donde el monstruo había matado por última vez, el ronin examinó atentamente el teatro del crimen. Aunque el cadáver de la última víctima ya había sido retirado, aún se podían ver, impresas sobre la gruesa capa de nieve que cubría el suelo, las huellas del monstruoso asesino. Según los campesinos, aquellas huellas se podían rastrear hasta las orillas del río, pero luego desaparecían de repente, como si el Bakemeko se hubiera desvanecido en el aire. Takeda sonrió al recordar lo que le habían dicho los aldeanos y se dijo:

-¡Necios supersticiosos! Es evidente que ese ser no se desvaneció como un fantasma, sino que siguió caminando sobre la superficie helada del río, donde no podían quedar marcas de sus pisadas.

Sin embargo, Takeda hubo de replantearse su hipótesis cuando llegó al río. Aunque efectivamente este se hallaba cubierto de hielo, aquella capa era demasiado delgada para resistir el peso de un hombre adulto. Y, a juzgar por el tamaño de sus huellas, el Bakemeko debía de ser al menos tan grande y pesado como un oso, por lo que no hubiera podido desplazarse sobre el hielo sin riesgo de acabar en el fondo del río.

Takeda frunció el ceño y pensó:

-Por este camino no llegaremos a ninguna parte. Será mejor volver atrás. Los campesinos se han molestado en averiguar hacia dónde se dirigían las huellas del monstruo, pero no en comprobar de dónde venían. Quizá, conociendo su origen, también pueda descubrir su destino.

Así pues, Takeda retrocedió sobre sus pasos, siguiendo en sentido inverso las huellas del Bakemeko. Estas terminaban (o, mejor dicho, empezaban) en una zona de arbustos, pero lo que interesó a Takeda fue que detrás de un árbol había dos pisadas más profundamente marcadas que todas las demás.

-El Bakemeko se detuvo aquí para esperar a su víctima y, como permaneció mucho tiempo inmóvil en este lugar, la impresión de sus zarpas quedó especialmente marcada. Eso me sugiere dos cosas: en primer lugar, el Bakemeko no busca a sus presas, sino que sabe dónde debe aguardarlas. Y, en segundo lugar, no es cuadrúpedo, sino bípedo, pues las huellas más profundas no son cuatro, sino únicamente dos. En resumen: el Bakemeko no es una fiera ni un fantasma, sino un hombre. O quizá no…

Cuando anocheció, Takeda entró en el santuario de la aldea, donde la sacerdotisa estaba invocando a los dioses para que protegieran el valle de los demonios nocturnos. Una vez finalizados los rituales, el ronin la saludó respetuosamente y la hizo partícipe de sus pensamientos. La sacerdotisa se mantuvo en silencio durante unos segundos y luego dijo, muy seria:

-Si he entendido bien, estáis acusando de los crímenes a un hombre de la aldea.

Takeda, igualmente serio, no tardó en responder:

-Pues me temo que no lo habéis entendido bien. Un hombre adulto no hubiera podido huir sobre la capa de hielo sin que esta se quebrase.

-¿No estaréis insinuando que el asesino es un niño?

-Tampoco es eso. Ningún niño sería tan hábil para matar de ese modo a varios hombres adultos.

-Así pues, entiendo que el Bakemeko es una mujer, más ligera que un hombre, pero más hábil que un niño. Sin embargo, ¿qué mujer del pueblo tendría interés en cometer esos asesinatos?

Takeda contestó la pregunta con suma serenidad:

-Vos misma, venerable sacerdotisa. Vuestra habilidad para proteger la aldea de los malos espíritus había sido doblemente cuestionada, a causa de vuestro sexo y de vuestra edad. Pero, cuando realicéis el exorcismo y el Bakemeko desaparezca para siempre, nadie volverá a cuestionaros y os convertiréis, sin duda, en la verdadera dueña del lugar, tal como lo fue vuestro difunto padre.

La sacerdotisa miró indignada a Takeda y, aunque se mantuvo en silencio mientras este formulaba sus acusaciones, no tardó en estallar. Le dijo con un tono iracundo (aunque sin alzar demasiado la voz, como si temiera ser oída por sus vecinos):

-Además de un mercenario impío y miserable, sois un verdadero necio. Si yo misma fuera el Bakemeko, ¿por qué habría de contrataros para obstaculizar mis propios planes? ¿Y cómo mis pies pudieron imprimir unas huellas de felino gigante sobre la nieve?

Siempre sereno, Takeda respondió:

-Me contratasteis esperando que fracasara o, mejor aún, que me convirtiera en la siguiente víctima del Bakemeko. Ello redundaría en vuestro propio mérito, cuando hicierais con vuestra magia lo que no habría podido hacer con mi espada. En la antigua China, cuando los soldados intentaban despistar a sus perseguidores, se calzaban con botas que dejaban huellas semejantes a las de las bestias salvajes (auténtico). Seguramente vos también conocéis el truco y tenéis un par de botas semejantes.

-Y, si pensáis que soy una asesina, ¿por qué no me habéis denunciado aún?

-No me corresponde esa función. Fuisteis vos quien me contratasteis para investigar el caso, no vuestros vecinos. Y, por tanto, solo a vos os debía estos informes. Dadme el dinero que me habíais prometido y daré el asunto por terminado, siempre y cuando prometáis no repetir vuestros crímenes.

-De acuerdo. Esperad un momento.

La sacerdotisa introdujo la mano en una bolsa de cuero, pero lo que extrajo de ella no fue un puñado de monedas, sino un guante metálico armado con un par de púas, las cuales podían infligir heridas como las que hubieran causado los colmillos de una fiera. Su padre, antes de ejercer el sacerdocio, había sido un asesino ninja y ella no solo había heredado de él su puesto en el santuario, sino también sus armas y tretas asesinas. Con una velocidad inimaginable, la muchacha se arrojó sobre Takeda e intentó clavarle las púas en el corazón, pero el ronin llevaba una gruesa coraza oculta bajo sus ropas y ello le salvó la vida. Takeda, con una rapidez equiparable a la de su agresora, la desarmó y, tras una breve refriega, la dejó sobre el suelo del santuario, atada y amordazada con jirones de sus propias vestiduras. Luego le dijo:

-Como os he dicho, no voy a denunciaros. Pero, cuando vuestros feligreses os encuentren así, con el guante asesino en vuestra mano, quizás realicen por sí mismos ciertas suposiciones. Si son demasiado necios para comprender la verdad, entonces merecen tener una sacerdotisa como vos.

Dicho esto, Takeda tomó el dinero que se le debía (ni una moneda más) y abandonó aquel lugar para siempre.

 

 

 

¿Te gusto? Te recomendamos...