El Crimen Perfecto

Una infancia traumática le reveló que el mundo es malvado. Esa fue la idea que lo atormentó durante décadas, hasta que la lectura de un viejo libro, hallado por pura casualidad en los archivos de la biblioteca donde trabajaba, le descubrió cómo podía enfrentarse a la perversidad del universo. Aquella noche, tras acabar su jornada laboral, el triste y solitario Watson se encerró en el humilde apartamento donde vivía, se dejó caer sobre un sillón desvencijado y se puso a pensar. ¿Qué debía hacer? ¿Debía segui

Una infancia traumática le reveló que el mundo es malvado. Esa fue la idea que lo atormentó durante décadas, hasta que la lectura de un viejo libro, hallado por pura casualidad en los archivos de la biblioteca donde trabajaba, le descubrió cómo podía enfrentarse a la perversidad del universo.

Aquella noche, tras acabar su jornada laboral, el triste y solitario Watson se encerró en el humilde apartamento donde vivía, se dejó caer sobre un sillón desvencijado y se puso a pensar. ¿Qué debía hacer? ¿Debía seguir llevando una vida sin sentido o luchar para hacer realidad el deseo que bullía en su mente? Finalmente, tomó una resolución definitiva. Aquella noche no pudo conciliar el sueño y a la mañana siguiente acudió a la biblioteca por última vez, para anunciarles a sus superiores que iba a dejar su empleo “por razones de salud” y, sobre todo, para llevarse discretamente varios volúmenes relacionados con la brujería y la magia negra. Por suerte, cuando se fue nadie echó en falta los libros que había robado. Y tampoco nadie lo echó en falta a él.

Pocos días después, el colegio de Primaria de la ciudad fue devastado por un terrible incendio, que causó la muerte de numerosos maestros y niños. Nadie podía decir cómo había empezado aquel incendio y todo parecía indicar que había sido provocado, aunque a nadie se le ocurría quién había podido cometer semejante atrocidad. Pero aquella tarde la emisora local recibió por mensajería una cinta de vídeo, donde el bibliotecario Miles Watson reivindicaba la autoría de los hechos y decía, con inconcebible frialdad, que lo había hecho “porque la Humanidad no merecía otra cosa que el sufrimiento”. Finalmente, pedía que desde entonces nadie se refiriera a él como Miles Watson, sino como “el Maestro del Mal”. La policía recibió la orden de detener inmediatamente a Watson, pero este había desaparecido como un fantasma.

Durante los años siguientes se sucedieron tragedias en distintos lugares del mundo, con la consiguiente pérdida de innumerables vidas inocentes. Y a continuación los medios de comunicación o las autoridades recibían un mensaje del escurridizo “Maestro del Mal”, donde este se reconocía culpable de los hechos y amenazaba con mayores atrocidades, si no se atendían las reivindicaciones que pensaba hacer públicas “cuando llegara el momento oportuno”. Así pues, Miles Watson, alias el Maestro del Mal, se convirtió en la persona más odiada, temida y perseguida del mundo entero, si bien tanto su paradero como su modus operandi seguían envueltos en el mayor de los misterios.

El terror llegó a su clímax cuando una poderosa bomba destruyó la sede central de la ONU en Nueva York, matando a cientos de personas, entre ellas a numerosos líderes mundiales. En medio de la conmoción internacional, Watson se dirigió al mundo a través de un vídeo de Youtube, donde reivindicaba la autoría del último atentado y exponía sus condiciones para poner fin a aquella ola de terror. Estas eran tres:

-Todos los países debían renunciar definitivamente a la guerra y suprimir todas sus unidades militares, salvo aquellas destinadas a labores de rescate y otras misiones humanitarias.

-Todos los países del mundo debían comprometerse a suprimir y dejar de fabricar todo tipo de armas pesadas.

-El consiguiente ahorro en gastos militares debía aprovecharse para mejorar los servicios sociales.

No hace falta decir que semejantes condiciones sorprendieron a todo el mundo, pues parecían más propias de un pacifista utópico que de un presunto genio del mal. Lo cierto es que, en parte por miedo y en parte por su propia racionalidad, estas condiciones fueron acatadas por las distintas naciones del mundo, con lo cual se inició un período de paz y prosperidad como la Humanidad no había conocido hasta entonces.

Pasado algún tiempo, Watson emitió un nuevo mensaje, donde confesaba que él nunca le había hecho daño a nadie y que simplemente había aprovechado una serie de tragedias eventuales para realizar sus sueños humanitarios. Según sus propias palabras, todas las atrocidades que se había atribuido habían sido accidentes, como el incendio del colegio, o atentados cometidos por grupos terroristas ordinarios, como la destrucción de la sede de la ONU, y él únicamente había aprovechado aquellos hechos luctuosos para llevar al mundo por la senda de la paz y la concordia. Terminaba su discurso jurando, con lágrimas en los ojos, que su intención nunca había sido otra que salvar al mundo de su propia maldad. Este mensaje causó una nueva conmoción mundial y muchas personas ya no sabían si Miles Watson era un loco, un cínico sin escrúpulos o un verdadero santo. Así, se llegó a la paradójica situación de que unos querían verlo encerrado en un manicomio y otros lo proponían para el premio Nobel de la Paz. Pero nada de eso parecía posible a corto plazo, pues Watson seguía en paradero desconocido y la policía prácticamente había dejado de buscarlo. De todas formas, la Humanidad se había acostumbrado a convivir en paz y nadie en su sano juicio deseaba volver a la situación anterior.

Para celebrar el primer aniversario del desarme, los líderes mundiales se reunieron en la nueva sede de la ONU, construida sobre las ruinas de la anterior. Pese a las fuertes medidas de seguridad, un desconocido consiguió, inexplicablemente, colarse en la sala de conferencias. Antes de que nadie pudiera detenerlo, el intruso, que solo llevaba un viejo libro en la mano, se subió a la tarima desde la cual el secretario general estaba dando una conferencia y le pidió la palabra con suma cortesía. El secretario, sorprendido, no supo reaccionar a tiempo y el desconocido, tras hacerse con el micrófono, se dirigió a los presentes con extraña serenidad. Dijo así:

-Damas y caballeros, les ruego que disculpen mi osadía, pero tengo tres cosas realmente importantes que decirles: tres y ni una más, porque después ya no habrá nada más que decir. En primer lugar, yo soy Miles Watson, el Maestro del Mal. En segundo lugar, debo confesar que los he engañado a todos: yo fui realmente el autor material de todos los crímenes que se me hayan atribuido, desde el incendio del colegio de mi ciudad hasta la destrucción de la antigua sede de la ONU. Debo añadir que, si en algún momento negué haber cometido dichos crímenes, fue únicamente para que ustedes bajaran la guardia, dejaran de buscarme y pensaran que solo era un pobre e inofensivo pacifista. Sí es verdad que mi intención era, y sigue siendo, acabar con la maldad del mundo… pero no mediante la paz y el amor, que solo son pequeñas ilusiones burguesas, sino llevando al extremo esa misma maldad, para que desaparezca tras alcanzar su clímax, igual que se desvanece el deseo sexual después del orgasmo. En tercer y último lugar, les anuncio que voy a finalizar mi actividad cometiendo el crimen perfecto, que no es, como suele pensarse, aquel que nadie puede resolver, sino aquel al que nadie puede sobrevivir. Me refiero a la destrucción de toda la especie humana, incluidos todos ustedes y yo mismo. Gracias a mis acciones anteriores y a mis engaños, he conseguido que ustedes disolvieran sus ejércitos, destruyeran sus armas más poderosas y dejaran a la especie humana sin protección posible contra el horror que pronto empezará a manifestarse. Este libro que ven es el mítico Al-azif, que algunos consideran una mera invención del escritor H. P. Lovecraft, pero que yo tuve la suerte de encontrar hace varios años, en los archivos de la biblioteca donde trabajaba. Antes de entrar aquí, empleé uno de sus ensalmos para invocar a cierto dios primordial, que, según mis cálculos, despertará de un largo sueño para destruir a la especie humana dentro de exactamente… Bueno, creo que ya ha despertado.

En aquel momento, un coro de gritos procedente del exterior ahogó las últimas palabras del Maestro del Mal y, casi simultáneamente, una tremenda sacudida derribó las paredes del edificio, que aplastaron a todos los presentes (Miles Watson incluido) antes de que tuvieran tiempo para levantarse de sus asientos.

 

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