Un Deseo

Martha Carroll era una mujer de mediana edad, pero todavía bastante atractiva, recientemente divorciada y madre de una hermosa hija adolescente llamada Laura. Últimamente se sentía muy desgraciada, pues la ruptura de su matrimonio la había sumido en la depresión y, aunque aquel era el día de su cumpleaños, no se sentía con ánimos para celebrarlo. Sin embargo, aquella noche, cuando llegó a su piso tras un duro día de trabajo en la oficina, la aguardaba una alegría: por una vez, Laura se había acordado de su

Martha Carroll era una mujer de mediana edad, pero todavía bastante atractiva, recientemente divorciada y madre de una hermosa hija adolescente llamada Laura. Últimamente se sentía muy desgraciada, pues la ruptura de su matrimonio la había sumido en la depresión y, aunque aquel era el día de su cumpleaños, no se sentía con ánimos para celebrarlo. Sin embargo, aquella noche, cuando llegó a su piso tras un duro día de trabajo en la oficina, la aguardaba una alegría: por una vez, Laura se había acordado de su cumpleaños y le había comprado un regalo, una estatuilla con forma de dragón oriental. Una vez deshecho el paquete que contenía el regalo, la muchacha le dijo a su madre:

-Mira, mami, este es un dragón chino de la buena suerte. Dicen que si le pides un deseo en voz alta, pronto se hará realidad. Vamos, como en la serie de Dragon Ball, pero sin necesidad de buscar las siete bolas mágicas.

Martha tomó en sus manos el dragón que le ofrecía su hija y, mientras lo examinaba, dijo tristemente:

-Una estatuilla mágica que concede deseos… igual que en un cuento de hadas. ¡Qué bonito, si fuera cierto! ¡Ay, cariño, cuánto me gustaría que nuestra vida se pareciera a un cuento!

-Pues ya has pedido un deseo: que nuestra vida se parezca a un cuento. Así que desde ahora en adelante las dos viviremos como en un cuento de hadas, con príncipes azules y carrozas encantadas.

-¡Eso sí que sería maravilloso! Por cierto, Laura, ¿has dejado abierta la ventana de tu cuarto? Es que no sé si habrá entrado algún gato, porque me parece oír algo y…

Mientras Martha hablaba, la puerta que comunicaba el salón con el cuarto de Laura se abrió bruscamente y un enorme mono hizo su aparición, haciendo gritar de terror a madre e hija. Antes de que pudieran huir, se arrojó sobre ellas y las agarró a ambas con una fuerza irresistible.

El dragón había cumplido el deseo de Martha, pero lo había hecho según sus propias preferencias literarias. Lógicamente, a un dragón no pueden gustarle los cuentos de hadas, donde los de su especie siempre acaban mal, vilmente asesinados por un caballero, sino los cuentos de Poe, como “Los crímenes de la Rue Morgue”, donde las que lo pasan mal son las personas.

Aquella misma noche, el famoso mago y mentalista croata Adrian Markovic volvió a su lujosa casa de las afueras, tras una exitosa actuación en el teatro más selecto de la ciudad. Cuando no estaba de gira, Markovic pasaba las noches completamente solo en aquella bella mansión de arquitectura neogótica, pues su único criado (un anciano taciturno y medio sordo) se retiraba a un edificio anexo tras terminar sus labores. Sin embargo, en aquella ocasión alguien esperaba al mentalista en el salón de su casa. Y no era precisamente su criado, sino un hombre de mediana edad que sostenía una pistola en su mano derecha. Markovic, que no parecía demasiado impresionado por la presencia del intruso ni por el arma que lo amenazaba, se sirvió una copa de costoso vino francés y dijo:

-Me sorprende verlo, agente Martins. Y no lo digo porque no aguardara su visita, sino porque esta vez no he sido capaz de percibir sus ondas mentales. De hecho, ahora mismo tampoco las percibo. ¿Sería tan amable de darme una somera explicación al respecto?

El agente federal John Martins respondió a la pregunta de Markovic, sin dejar de vigilarlo ni de apuntarlo con su arma:

-Últimamente he recibido adiestramiento psicológico por parte de un maestro zen. Así pues, sus poderes mentales ya no pueden nada contra mí. Por otra parte, no creo que necesite usar la telepatía para adivinar que he venido a arrestarlo por sus innumerables delitos. Cuando termine su vino, le leeré sus derechos y lo llevaré a su nuevo lugar de residencia, que no será tan lujoso como este.

Markovic apuró tranquilamente su copa y dijo:

-Bien, veo que ya no puedo leer sus pensamientos y supongo que tampoco podré hipnotizarlo. Dado que nos hallamos en una situación de conflicto, creo que será conveniente la presencia de un mediador.

Dicho esto, Markovic chasqueó los dedos y segundos después apareció un mono gigante que ya conocemos. La bestia se interpuso entre Martins y Markovic, quien le dedicó una sonrisa siniestra al sorprendido agente federal.

-Le presento a Heracles, que así es como se llama mi gorila. Este animal se halla bajo mi control telepático y su misión es traerme todo lo que deseo, desde joyas hasta mujeres hermosas. Aunque también sirve para acabar con intrusos inoportunos como usted. Por cierto, no puede sentir dolor, así que no conseguirá detenerlo con sus balas.

Cuando su amo acabó de hablar, el mono se arrojó sobre Martins, con la más que probable intención de destrozarlo. Pese a lo que había dicho Markovic, Martins disparó, pero sus balas no se dirigieron al mono, sino a la lámpara que iluminaba el salón. Este quedó sumido en la más completa oscuridad, lo cual permitió a Martins esquivar el ataque de gorila. Este se quedó confuso, pues, al igual que todos sus congéneres, era un animal diurno, incapaz de ver en la oscuridad. Martins aprovechó la ocasión para arrojarse sobre Markovic, quien, por primera vez, dio muestras de temor. Un culatazo en la frente fue suficiente para derribar al mentalista y entonces, libre del hechizo que controlaba su mente, Heracles dejó de ser una máquina de matar para convertirse en una pobre bestia asustada. En vez de defender a su amo, huyó al jardín por una ventana y desapareció en la oscuridad de la noche. Martins esposó al mentalista y, tras la reglamentaria lectura de derechos, le dijo:

-El maestro zen no solo me enseñó a controlar mi mente, sino también mi cuerpo. Se lo digo por si le sorprende que haya podido esquivar el ataque de su mascota.

Markovic, que había perdido definitivamente su aplomo, gritó:

-¡Maldita sea, Martins, esto no quedará así! Puede arrestarme, pero pronto estaré en libertad. Aquí no encontrará ninguna prueba contra mí.

Martins dijo:

-Creo que sí encontraré alguna. Lo digo porque me ha parecido oír unos gemidos procedentes de ese armario.

Martins abrió el armario al que se refería (un enorme y lujoso mueble de excelente factura artesanal) y dentro encontró a Martha y Laura: atadas, amordazadas y aterrorizadas, pero físicamente ilesas. Siguiendo las órdenes mentales de su amo, Heracles las había raptado y llevado a la mansión, donde su destino sería satisfacer los deseos sexuales de Markovic, quien posteriormente las hipnotizaría para que olvidaran su rostro. Hasta entonces el FBI no había podido demostrar que el famoso mentalista Adrian Markovic usaba sus poderes psíquicos para robar, violar y cometer toda clase de tropelías, directamente o por mediación de su mono. Pero el agente especial John Martins consiguió detenerlo… y que la historia de Martha y Laura, pese a los designios del dragón, acabara como un auténtico cuento de hadas.

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