Amanecer

AMANECER (cuento fantástico): Un día del año 183… cierta dama de origen desconocido se estableció en una pequeña localidad de los Estados Unidos, adonde llegó acompañada por su hijo, un niño de rostro pálido y triste al que ella llamaba Dan. La recién llegada aún era joven y bastante hermosa, pero parecía vivir únicamente para su vástago y no mostró ninguna intención de hacer vida social. Madre e hijo se recluyeron en una modesta casa de campo, donde vivían sin otra compañía que la de una joven doncella, ll

Un día del año 183… cierta dama de origen desconocido se estableció en una pequeña localidad de los Estados Unidos, adonde llegó acompañada por su hijo, un niño de rostro pálido y triste al que ella llamaba Dan. La recién llegada aún era joven y bastante hermosa, pero parecía vivir únicamente para su vástago y no mostró ninguna intención de hacer vida social. Madre e hijo se recluyeron en una modesta casa de campo, donde vivían sin otra compañía que la de una joven doncella, llamada Molly, y un robusto cochero, que respondía al nombre de Jack. Ambos criados llevaban poco tiempo al servicio de la dama y no sabían de dónde venía ni quién era el padre del niño. En el pueblo se dio por hecho que era viuda, aunque los más maliciosos pensaban que había tenido a su hijo fuera del matrimonio y que había abandonado su antiguo hogar para huir de la deshonra. Fuera como fuera, parecía una mujer bastante retraída, que vivía permanentemente enclaustrada en su nuevo hogar. Tampoco había enviado a su hijo al colegio, poniendo como excusa que su salud era demasiado delicada (cosa fácil de creer, teniendo en cuenta su aspecto lánguido y macilento). Solo se acercaban al pueblo los domingos por la mañana, para oír misa en la iglesia presbiteriana. A menudo se quedaban en la iglesia tras los oficios religiosos, pues, aparentemente, la madre tenía interés en hablar a solas con el joven reverendo Wilson. Pero nadie sabía de qué podían hablar, lo cual dio lugar a ciertos rumores poco halagüeños. Algunos dijeron que ella estaba intentando seducir al reverendo e incluso se llegó a insinuar que ya se conocían de antes y que él era el padre del niño. Sin embargo, nadie que conociera al honrado reverendo Wilson podía dar crédito a semejantes habladurías, que no tardaron en ser olvidadas por todos.

La vida transcurrió durante algún tiempo sin grandes novedades y sin que nadie pudiera desentrañar el misterioso origen de los recién llegados. Si el reverendo Wilson sabía algo al respecto, se cuidó mucho de compartir sus conocimientos con la gente del pueblo, que acabó resignándose a la ignorancia.

Y así siguieron las cosas hasta cierta tarde de invierno. Dan estaba en su cuarto, leyendo con avidez Las aventuras de Gordon Pym, obra de un autor joven y poco conocido llamado Edgar Allan Poe. Entonces entró en el cuarto su madre, que le dijo:

-Dan, he oído relinchar a los caballos. ¿No podrías bajar al corral y ver por qué están tan nerviosos?

Dan era un muchacho cariñoso y obediente, pero estaba tan emocionado con la novela que, por una vez, intentó escaquearse:

-¡Ay, mami! ¿Y no podía ir Jack?

-Fue de compras al pueblo y aún no ha vuelto.

-¿Y Molly?

-Me está ayudando a preparar la cena.

Finalmente, el pobre Dan se dio por vencido y, tras separarse con desgana de su libro, bajó al corral murmurando:

-¡Como sea otra vez ese mapache, hoy sí que me va a oír!

Pero lo que encontró en el corral no fue ningún mapache, sino una mujer desconocido, cuyos ropajes oscuros contrastaban fuertemente con la blanquecina palidez de su rostro. Dan, aunque sorprendido y algo asustado por su presencia, le dijo educadamente a la intrusa:

-¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

Ella respondió, con voz dulce y cierto acento extranjero:

-Sí, querido muchacho. Tengo mucha hambre.

-¿Hambre?

Dan estaba cada vez más estupefacto. Ciertamente aquella mujer estaba tan pálida como si llevara mucho tiempo sin comer, pero iba demasiado bien vestida para ser una vagabunda. Aprovechando la confusión del muchacho, aquella mujer se arrojó sobre él con una rapidez increíble, le tapó la boca con la mano y le susurró:

-Cariño, yo me alimento de sangre.

Y hundió sus afilados colmillos en la garganta de Dan, cuya sangre empezó a sorber con una fruición casi erótica. El indefenso muchacho no tardó en perder la conciencia, pero antes de desmayarse oyó que la mujer vampiro le decía:

-Tranquilo, eres demasiado guapo para morir. Cuando me canse de beber, te convertiré en un vampiro y así serás mi esclavo para siempre. Cuando te despiertes, ya no serás el mismo.

Ya era de noche cuando Dan recobró la conciencia, pero, para su sorpresa, podía ver en la oscuridad del corral como si aún fuera pleno día. Pese a que aún se sentía bastante débil, consiguió levantarse y entró tambaleándose en la casa, donde vio, con horror, que la pesadilla aún no había terminado. La mujer vampiro seguía allí y, mientras Dan estaba inconsciente, había capturado a su madre y a Molly. Ambas mujeres estaban amordazadas y atadas a sendas sillas del salón. Su captora sonrió cruelmente cuando vio a Dan y le dijo:

-Llegas justo a tiempo para darte un banquete. Tu sangre me ha dejado satisfecha, así que te he reservado estas dos zorras. ¡Vamos, acércate sin miedo! Quiero ver cómo las matas.

Dan se acercó con los ojos enrojecidos por un fuego infernal, pero, en vez de atacar a las indefensas prisioneras, se abalanzó sobre la mujer vampiro con el ímpetu de un gato salvaje e intentó destrozarle el cuello a mordiscos. Pero aún estaba demasiado débil por la pérdida de sangre y, aunque al principio el factor sorpresa le otorgó cierta ventaja, esta no podía durar mucho. No sin dificultades, la mujer vampiro logró rechazarlo y lo arrojó contra la pared con todas sus fuerzas. Dan se llevó un terrible golpe, que sin duda hubiera matado a un niño normal y que incluso a él lo dejó aturdido. Su adversaria se había quedado tan sorprendida que no se apresuró a rematarlo y dijo en voz alta, más para sí misma que para Dan:

-¡No puede ser! Yo misma te convertí en un vampiro, pero aún tienes suficiente fuerza de voluntad como para rebelarte contra mí. Eso es imposible… salvo que ya tuvieras sangre de vampiro en tus venas antes de que yo te atacara. ¡Claro, ahora lo entiendo! Tú nunca fuiste humano, eres un maldito dhampir (en las leyendas centroeuropeas se llama así al hijo de un vampiro y de una mujer mortal). Sea como sea, voy a tener que matarte.

La mujer vampiro se preparó para rematar a Dan antes de que este pudiera levantarse, pero entonces entraron en la casa varios campesinos armados. Habían llegado allí siguiendo una estela de muertes misteriosas, entre ellas las del cochero Jack. Tras matar a la mujer vampiro clavándole una estaca en el corazón, aquellos hombres hicieron ademán de liberar a sus prisioneras. Pero, cuando le quitaron la mordaza a Molly, esta gritó:

-Ese niño también es un vampiro… ¡y su madre la amante de otro vampiro! ¡Os lo juro, yo misma lo he visto y oído todo!

Al oír esto, uno de aquellos hombres mató a la madre de Dan con una cuchillada, mientras le escupía estas palabras:

-¡Siempre supe que no eras trigo limpio, maldita zorra!

Los demás miembros de la partida rodearon a Dan, que seguía débil y aturdido, con la intención de matarlo antes de que pudiera defenderse. Pero entonces entró allí el reverendo Wilson, que los amenazó con una pistola y les dijo:

-¡Atrás todos, miserables! No permitiré que aquí se vierta más sangre inocente.

Los campesinos miraron con furia al recién llegado, pero no se atrevieron a desafiar su puntería y se apartaron sin decir nada. Viendo que ya no podía hacer nada por la madre de Dan, el reverendo se llevó consigo al muchacho y huyó con él en su carruaje. Dan se recobró gracias a la fría brisa nocturna y preguntó con voz trémula:

-¿Y mi madre?

-La has perdido, hijo. Ahora tienes que ser fuerte y seguir tu propio camino. Es lo que ella hubiera querido.

Dan se puso a llorar como podría hacerlo cualquier otro niño, mientras el reverendo le decía con voz dulce:

-Ella me contó cómo mantuvo una relación amorosa con un vampiro, de la cual naciste tú, y me pidió que rezara por ti para que conservaras pura tu alma. La mujer vampiro no te convirtió, solo sacó a la superficie lo que ya llevabas contigo. Y por eso no pudo dominarte. Bueno, creo que ya nos hemos alejado bastante de nuestros perseguidores. Así pues, aquí se separan nuestros caminos. Tú debes seguir adelante, mientras que yo debo volver a mi parroquia. Te dejo mi capa y mi sombrero para que te protejan del sol, así como un sable para defenderte de los enemigos que puedas encontrarte.

Dan, tragándose sus lágrimas, acertó a decir con voz trémula:

-Pero… ellos saben que usted me ha ayudado. Si vuelve al pueblo, lo lincharán.

-El buen pastor debe morir por sus ovejas… aunque sean ellas mismas las que lo maten. Si no volvemos a vernos, te deseo mucha suerte en tu porvenir, que, según creo, será bastante largo… y dificultoso.

-Muchas gracias por todo, reverendo Wilson.

-Hasta siempre, Daniel Hunter.

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