
Hace muchos años un hombre solitario llegó a una aldea situada en la región más agreste del lejano Japón. A juzgar por su atuendo y su espada, aquel hombre debía de ser un monje guerrero de las montañas, pese a que tales personajes habían desaparecido hacía mucho tiempo y solo pervivían en viejas leyendas. El peregrino pidió ser recibido por el patriarca de la aldea, quien se llevó una sorpresa cuando lo reconoció.
-¡Pero si eres Takeda, el ronin (samurái sin amo)! ¿Cómo es posible que un viejo bribón como tú se haya hecho monje?
-Un hombre debe cambiar de aspecto cuando la policía imperial pone precio a su cabeza.
-¿De veras? Aquí no suelen llegarnos noticias de la capital, pero había oído que últimamente trabajabas para ellos.
-Efectivamente, los ayudé a destapar una conspiración contra el joven emperador Meiji. Pero al hacerlo removí aguas muy turbias y estas acabaron salpicando al mismísimo jefe de la policía, quien me concedió unos días de gracia para que me alejara de Tokio. Y luego aprovechó mis pecados de juventud para declararme fuera de la ley.
-¿No hubiera sido mejor que te disfrazaras de mercader o mendigo? Un monje guerrero llama mucho la atención en estos tiempos.
-Un mercader o mendigo no iría armado con una espada. Y yo nunca podría separarme de mi arma.
-En efecto, es un arma con la cual hemos contraído una deuda impagable. Aún recuerdo cómo nos salvaste de aquellos bandidos hace más de veinte años.
-Y, por lo que veo, hoy volvéis a necesitar mi ayuda.
-¿Cómo lo sabes?
-Al pasar por la aldea vi muchas caras de preocupación. Además, sabes que han puesto precio a mi cabeza y aún no has hecho nada para ganarte la recompensa.
-¡Siempre tan agudo! Aunque no sé si tu espada podrá vencer al peligro que nos acecha. En el bosque hay una bruja que nos ha amenazado con su magia si no satisfacemos sus exigencias. Ya sé que tú nunca has creído en brujerías, pero…
-¿Acaso esa hechicera os ha demostrado su poder?
-Sí. Un día maldijo a un bonzo (sacerdote budista) que había osado desafiarla. Ella dijo que pronto morirían el bonzo, el miembro más viejo de su familia y también el más joven. Efectivamente, pocos días después ese desdichado sacerdote, su anciano suegro y el más pequeño de sus hijos, un bebé de pocos meses, contrajeron una extraña enfermedad y murieron entre grandes dolores, pese a que hasta entonces los tres habían gozado de buena salud.
-¿Algún otro miembro de su familia contrajo la enfermedad?
-No.
-Ya lo veo. ¿Sabes qué tienen en común un sacerdote budista, un anciano y un bebé?
-No lo sé. ¿Qué los tres se las arreglan para que les den de comer sin trabajar?
-Me refiero a otra cosa: los tres tienen poco o ningún pelo en la cabeza. He oído hablar de un veneno que actúa lentamente y que provoca dolencias mortales en sus víctimas. El primer síntoma del envenenamiento es una rápida caída del cabello. Pero en ninguna de las tres víctimas pudo apreciarse dicho síntoma, por razones obvias.
-Sin embargo, la hechicera vive en el bosque, así que no pudo ser ella la envenenadora. ¿Acaso piensas que tiene un cómplice entre nosotros?
-En efecto. Y creo saber de quién se trata.
Tanto el patriarca como sus familiares y sirvientes se quedaron estupefactos al oír estas palabras. El anciano le dijo al ronin:
-¡Pues dime quién es ese miserable y lo haré arrestar de inmediato!
-Lo haré mañana. Antes debo reflexionar para asegurarme de que no estoy cometiendo un error.
Pese a los requerimientos del patriarca, Takeda se mantuvo silencioso durante el resto de la velada y se acostó después de cenar, sin haber pronunciado el nombre del sospechoso. Aquella noche una joven doncella al servicio del patriarca entró silenciosamente en el dormitorio del ronin, se agachó junto a su lecho procurando no despertarlo y le asestó varias puñaladas. Pero no se oyó ningún gemido de agonía. Entonces la muchacha sintió que el gélido filo de una espada rozaba su cuello. Y oyó la voz del ronin, que le dijo tranquilamente:
-Si encendieras una luz, verías que has apuñalado a un muñeco de paja y no a un hombre. A veces basta con insinuar que conoces la identidad de un asesino para que este se delate haciéndote una visita. Por lo visto, no solo sabes matar con veneno. ¿Por qué no me dices dónde se oculta tu amiga, la hechicera del bosque?
La asustada muchacha acertó a decir con voz trémula:
-¿Por qué habría de traicionar a mi venerada tía abuela, si voy a morir de todas formas?
-Existen muchas formas distintas de morir. Y yo estoy pensando en una muy dolorosa. Pero, si tu preferencia es otra, aún estás a tiempo de expresarla.
…
Aquella misma noche, poco antes del alba, una sombra se acercó sigilosamente a una caverna del bosque, cuya boca estaba casi completamente cubierta por un tupido matorral. El intruso hizo algún ruido al entrar en la cueva y despertó a una anciana que dormía en su interior. Esta se irguió rápidamente y dijo:
-Sobrina, ¿eres tú?
Una voz masculina le contestó:
-No soy tu sobrina. Pero ella ha venido conmigo.
Dicho esto, Takeda arrojó la cabeza de la muchacha sobre el lecho donde dormía la bruja, que no pudo contener un grito de terror cuando la débil luz de una tea le mostró aquel triste despojo. El ronin dijo, con sincera lástima:
-Fue muy duro matar a una chica tan joven, pero ella era, al igual que tú, responsable de tres crímenes horribles. Y puedo asegurarte que le di una muerte más rápida de la que le correspondía según las leyes de la aldea. También seré rápido contigo.
La bruja había recobrado algo de aplomo y dijo:
-No me importa que mataras a esta necia traidora, pero te advierto que una maldición caerá sobre ti si me tocas.
-No temo tus maldiciones. Sé cómo actúas y no tendré remordimientos de conciencia por matar a un ser tan perverso como tú.
-Aun así, habrás de escucharme. Si me matas, algún día tendrás que matar a un hombre bueno.
-Tus profecías no me asustan más que tus hechizos.
-No es cosa de magia. No hace falta ser mago para vaticinar una tormenta cuando se ve oscuridad en el cielo. Y yo veo esa oscuridad en ti.
Mientras la bruja hablaba, alguien se acercaba furtivamente a la espalda de Takeda con una pequeña espada en la mano. Pero el ronin había previsto un ataque a traición y al entrar en la cueva había sembrado el suelo de púas. Como aquel hombre se había descalzado para poder caminar sin hacer ruido, gritó de dolor cuando las púas se clavaron en las plantas de sus pies. Alertado por el grito, Takeda se volvió rápidamente e introdujo la hoja de su espada en el pecho de su enemigo. Inmediatamente después decapitó a la bruja, cuando esta intentaba atacarlo con un puñal. Tras matar a sus adversarios, Takeda vio que el cómplice de la bruja no era otro que su viejo amigo, el patriarca de la aldea. Eso no lo sorprendió demasiado, pues era improbable que la sobrina de la bruja hubiera podido efectuar sus crímenes sin la complicidad de su amo. Takeda abandonó la cueva, pero, en vez de regresar a la aldea, se internó en el bosque. Había decidido que no volvería a vivir entre los hombres para que no se cumpliera la profecía de la bruja, pero eso no impidió que un sombrío presentimiento se apoderara de su alma.