
Nos hallamos en un lugar de California, poco después de la Guerra Civil estadounidense. Un hombre vestido de negro y armado con un sable se movía dificultosamente entre las colinas. Se detuvo un momento y se dijo:
-El sol brilla con fuerza y me está debilitando. Pero la pista es reciente y no puedo perderla.
Tras tomarse un brevísimo descanso, aquel hombre prosiguió su agotadora marcha, siguiendo una pista casi imperceptible. Cuando alcanzó la cumbre del cerro más elevado, el perseguidor oteó los alrededores en busca de su presa, pero no percibió ninguna señal de vida, salvo el traqueteo lejano de un carruaje. Pensó:
-A mi enemigo tampoco le gusta la luz del día y probablemente se ha refugiado en alguna cueva. Quizás los del carruaje puedan indicarme si hay cavernas profundas en este lugar. Bajaré y les preguntaré cuando lleguen.
Pero el descenso del hombre de negro fue más brusco de lo que a él le hubiera gustado. Sus sentidos, generalmente muy eficaces, estaban embotados por el cansancio y no se percató de que a su lado había una serpiente. Cuando sintió el dolor de la mordedura, el hombre perdió el equilibrio y cayó rodando ladera abajo, hasta que se estrelló contra unas rocas que bordeaban el camino. A causa del golpe, el hombre se hundió en una profunda inconsciencia, de la cual no despertaría hasta varias horas después.
Cuando recobró la conciencia, aún era de día, pero los rayos del sol ya no podían hacerle daño, pues se hallaba bajo techo. Estaba tumbado sobre una cómoda cama, en una habitación sencilla pero acogedora. Además, alguien había vendado cuidadosamente todas sus heridas y aliviado su fiebre con paños húmedos. Cuando el herido abrió los ojos, vio a una mujer de unos treinta años y a un niño de seis o siete, que lo miraban con una mezcla de alivio y preocupación. Adivinando que ellos le habían salvado la vida, el hombre abrió los labios para darles las gracias, pero entonces se acordó de algo y preguntó nervioso:
-¿Y mi sable? ¡Por favor, díganme que no he perdido mi sable!
-No se preocupe, está sobre la mesa del salón. Pero creo que no lo necesitará ahora mismo, ¿verdad?
Estas palabras las había dicho la mujer, que era una hermosa dama de facciones dulces y amables, si bien sus brillantes ojos azules revelaban un espíritu valiente y obstinado. El hombre de negro se calmó y le dijo a su salvadora:
-Lamento mi arrebato y, sobre todo, les pido disculpas por no haberles expresado aún la gratitud que les debo. Permítanme presentarme: mi nombre es Daniel Hunter.
La dama sonrió y dijo:
-Yo me llamo Anna Grant y este de aquí es mi hijo Benjamin. Este rancho lo compró mi marido cuando dejó su cargo de oficial del ejército federal, una vez terminada la guerra. Antes de venir aquí, yo era enfermera en un hospital militar, así que sé algo de curar heridas. Desgraciadamente, eso no fue suficiente cuando mi marido fue mordido por un perro rabioso. Hoy hace un mes que lo enterramos.
-Lamento mucho su pérdida, señora Grant. Aunque, teniendo en cuenta la extensión de su rancho, supongo que su hijo y usted no vivirán completamente solos. Al menos contarán con el auxilio de jornaleros contratados.
La dama suspiró apesadumbrada y dijo:
-Los teníamos, pero hace algunos días todos se fueron. No lo hicieron por voluntad propia, sino por las presiones de Mister Howard, el ranchero más rico del condado. Cuando murió mi marido quiso adquirir nuestras tierras a cambio de una miseria y, como me negué a aceptar su oferta, no ha dejado de hostigarnos desde entonces. Precisamente lo encontramos a usted cuando volvíamos de hablar con el sheriff. Ayer sus hombres nos destrozaron el corral, así que hoy hemos presentado una denuncia formal, aunque no creo que sirva de nada.
Entonces Benjamin, venciendo su timidez, le preguntó a Daniel:
-¿Y usted quién es, señor? ¿Un cazador de recompensas?
-¡Benjamin, no seas impertinente!
-No pasa nada, señora Grant. Sí, podría decirse que soy como un cazador de recompensas… solo que nunca me quedo con la recompensa.
El niño, animado, se atrevió a hacerle una nueva pregunta:
-¿Y por qué usa un sable en vez de un revólver? Creo que las armas de fuego son mejores.
-Eso depende de cuál sea tu enemigo. Si quieres cazar un ciervo, el rifle es mejor que un palo, pero, si pretendes aplastar una mosca, resulta más práctico el palo, ¿no crees?
Entonces fue Anna quien le preguntó, visiblemente interesada:
-¿Y qué caza usted, señor Hunter? ¿Ciervos o moscas?
Daniel titubeó antes de responder y Anna le dijo:
-No es necesario que responda, señor Hunter. Ahora debe descansar. Mientras tanto, Benjamin y yo vamos a prepararle una buena cena.
Dicho esto, la dueña del rancho abandonó la alcoba, llevándose a su hijo, que sin duda hubiera preferido esperar la respuesta de Daniel. Pero, una vez abajo, Anna vio que Mister Howard y sus hombres se estaban acercando al rancho. Le dijo a Benjamin:
-Toma el rifle de papá y vigila la puerta trasera. Yo vigilaré la delantera, ¿vale?
-Vale, mami. No tengas miedo, yo te protegeré.
Tras separarse de su hijo, Anna agarró una escopeta de caza y se plantó delante de los intrusos. Howard sonrió al verla y le dijo:
-Buenas tardes, señora. El sheriff me ha comentado que ayer usted confundió a unos pieles rojas con mis chicos. Vengo a pedirle que retire su denuncia.
-¡Y yo le pido a usted que se retire de mis tierras!
-Me temo que estas tierras pronto serán mías. Por cierto, aún no he visto a Benjamin. ¡Ah, ahí está!
Entonces apareció uno de los secuaces de Howard, que llevaba en sus brazos al niño, bien atado y amordazado. Anna tuvo que arrojar al suelo su arma, tras lo cual los intrusos también la ataron y amordazaron a ella. Luego colocaron a madre e hijo en su propio carruaje y asustaron a los caballos, para que corrieran hacia el barranco, donde probablemente no tardarían en estrellarse. Howard dijo:
-Cuando encuentren sus cadáveres en el fondo de la cañada, todos pensarán que ha sido un accidente. En fin, ahora que somos los dueños del lugar, podemos ver qué hay de valor dentro de la casa.
Mientras el terrateniente decía estas palabras, el sol se ponía tras las colinas de poniente. Entonces Daniel, milagrosamente recuperado de sus heridas, surgió de la casa con su sable en la mano y se arrojó sobre los secuaces de Howard, con la rapidez y la agresividad de un gato salvaje. Todos los miembros de la banda cayeron al suelo, gravemente heridos, antes de poder defenderse, tras lo cual Daniel se montó en uno de sus caballos y empezó a galopar en busca de Anna y Benjamin, con la esperanza de alcanzarlos antes de que se despeñaran. Pero ya no podía llegar a tiempo y, sin duda, madre e hijo hubieran muerto de no ser porque entonces apareció en medio del camino un extraño ser, medio hombre y medio bestia, que detuvo a los caballos unos segundos antes de que estos llegaran al barranco. Entonces llegó Daniel, que reconoció en el salvador de los Grant al licántropo que llevaba varios días buscando. Sorprendido por la heroica intervención del monstruo, le preguntó:
-¿Por qué los has ayudado? Pensé que odiabas a la gente.
El licántropo le dijo, con una voz ronca y casi inaudible para oídos normales.
-Así es. No he hecho esto por ellos, sino por una amiga a la que acabo de conocer. Fue ella quien me pidió que te ayudase a salvarlos.
Dicho esto, el monstruo señaló a una hermosa niña de ojos relucientes, que se hallaba de pie sobre un peñasco. Daniel la miró sorprendido y le dijo:
-¡Eres un vampiro! ¿Sabes quién soy yo?
Ella sonrió y respondió tranquilamente:
-Sí, Daniel Hunter, sé que eres un gran cazador de monstruos con sangre de vampiro. Yo vine del futuro en busca de mi nuevo amigo, el licántropo, y puedo asegurarte que algún día tú también serás amigo mío. Pero, como ese día aún no ha llegado, creo que estaré más segura volviendo al siglo XXI. Por cierto, me llamo Helene.
Dicho esto, la niña chasqueó los dedos y tanto ella como el licántropo desaparecieron sin dejar rastro, dejando a los Grant y a Daniel completamente estupefactos. Tras reponerse del pasmo, Daniel liberó a Anna y a Benjamin. Este último le dijo agradecido:
-¡Señor, usted no es un cazador de recompensas, sino un caballero andante!
Daniel suspiró y dijo:
-Quizá soy como un caballero andante… solo que nunca me quedo con la princesa.
Y luego se marchó en silencio.