
Cuando tenía siete años conocí en el parque donde solía jugar a una niña muy guapa, que estaba sentada en un banco, sola y con cara triste. Aquella chica y yo pronto nos hicimos amigas y, como le dije que me gustaba mucho leer, me regaló un libro infantil de Enid Blyton. Hasta me puso una dedicatoria: “Para Eva, de parte de Ana”. Luego me dijo que tenía que hacer algo y se marchó. Más tarde, les enseñé el libro a mis padres y les conté que me lo había dado aquella chica, pero entonces mi madre se enfadó mucho conmigo. Me dijo que estaba contando mentiras, que en aquel banco no había nadie y que había recogido un libro tirado en el suelo. Yo también me enfadé y, para demostrarles que estaban equivocados, les enseñé la dedicatoria. Cuando mi padre la leyó, se puso muy pálido y empezó a sentirse mal, así que tuvimos que volver a casa.
Aquella misma noche papá desapareció para siempre, tras escribir un extraño documento en su ordenador. Según sus propias palabras, siendo un adolescente había conocido en Galicia a una chica solitaria llamada Ana, que tenía un libro como el que me había regalado la niña del parque. Pero aquella Ana llevaba mucho tiempo muerta o, al menos, eso era lo que se pensaba.
Los compañeros de papá (que era inspector de policía) no pudieron descubrir su paradero ni explicar qué le había pasado. Con el tiempo mamá y yo perdimos la esperanza de volver a verlo. Nos mudamos a otra ciudad y mis recuerdos de la niña del parque empezaron a desdibujarse, como los de un viejo sueño. Pero, cuando tenía trece años, leí en Internet cosas sobre una siniestra leyenda urbana. Aquella leyenda era tan popular en Japón que incluso había inspirado una serie de anime titulada Jigoku Shoujo, es decir, la Chica del Infierno. Básicamente, era la historia de una niña fantasma, a la cual podías pedirle que enviara al infierno a una persona odiada (aunque no era aconsejable hacerlo, pues como castigo tú también serías enviado al infierno después de morir). Yo, que era más supersticiosa de lo que me atrevía a reconocer, empecé a tener extraños pensamientos. Según su último escrito, papá parecía convencido de que la Chica de la Medianoche (así la llamaba él) existía realmente y creía que estaba relacionada con aquella misteriosa niña del parque. Entonces me acordé del libro, que no había vuelto a tocar desde nuestra última mudanza. Guiada por un impulso súbito, fui a mi cuarto a buscarlo, pero no pude encontrarlo en la estantería donde guardaba todos mis libros. Pensé que quizás se había quedado en nuestra antigua casa, pero entonces lo vi. Estaba encima de mi cama y alguien le había puesto un marcapáginas. ¿Quién lo había dejado allí? Mamá desde luego que no, pues llevaba todo el día fuera de casa. Abrí el libro en la página marcada y, para mi sorpresa, lo que se leía allí no formaba parte del texto de la novela. Ponía en letras grandes que parecían escritas a mano:
“Eva, soy papá. Si quieres conocer la verdad, debes hacer una pregunta en voz alta y después pasar a la página siguiente, donde hallarás la respuesta. Hazlo siempre después de preguntar y no antes, ¿de acuerdo?”
Yo estaba tan asustada que hasta me costaba hablar, pero, tras algunos titubeos, conseguí decir:
-Papá, ¿dónde estás?
Pasé a la página siguiente y leí:
“Estoy muerto. Aquella noche Ana me llevó al infierno, tal como le había pedido alguien que creía tener razones para odiarme. Pero fue buena conmigo: en vez de arrojarme al fuego eterno, me convirtió en uno de sus agentes. Vago por el mundo, espiando a las personas cuyo destino está ligado la Chica de la Medianoche. Hasta en el Más Allá hacen falta policías.”
-¿Cómo puedes decir que es buena una… cosa que mata personas inocentes?
Nuevo cambio de página:
“La Chica de la Medianoche solo es un instrumento y no hay nadie más inocente que ella misma. No condena a las personas, ni siquiera las juzga, solo se las lleva de aquí. Ella nunca ha condenado a nadie, fuimos nosotros, con nuestro odio y nuestra maldad, los que la condenamos a ella.”
-¿Por qué me cuentas todo esto ahora?
“Porque ella no puede hacer nada, ni yo tampoco. Pero tú sí. Si quieres evitar un acto terrible, debes ayudar a tu amiga Lara. Está corriendo un grave peligro y solo tú puedes salvarla.”
-¿No puedes decirme más? ¿Volveré a verte algún día?
En la página siguiente no había más mensajes para mí, solo el texto de la novela (aunque, casualmente, la primera palabra de aquella página era un “no”). Volví atrás y vi que todos los mensajes habían desaparecido, sustituidos por el típico texto de una simple novela juvenil. ¿Y si yo, sugestionada por la leyenda, había soñado todo aquello? No estaba segura de nada, pero me dije que, de todas formas, no perdía nada por llamar a Lara. Sin embargo, ella no respondió a mis llamadas, así que decidí acercarme a su casa. Una vez allí, timbré varias veces, pero nadie me abrió la puerta. Ya estaba pensando en marcharme cuando oí unos sonidos extraños procedentes de la parte posterior del jardín, donde se hallaba la piscina. Sintiéndome inquieta, decidí saltar la verja e ir allí a echar un vistazo, arriesgándome a que el tío de Lara me echara una bronca por entrar en su jardín sin permiso.
Debo explicar por qué mi amiga vivía con su tío y no con sus padres. La madre de Lara había desaparecido varios meses antes y, aunque no se había podido hallar su cadáver, había indicios de que había sido asesinada por su marido, con quien mantenía pésimas relaciones. Así pues, el padre de Lara fue arrestado y ella tuvo que irse a vivir con el hermano menor de su madre, que la quería mucho y la ayudó a superar el trauma. O eso era lo que pensábamos todos, pero yo aquella tarde vi, con horror, cómo su querido tío Javier estaba intentando ahogarla en el agua de la piscina. Ambos estaban en bañador y él tenía una extraña marca negra, que se veía claramente sobre su espalda desnuda. Aunque entonces no me fijé en ella, luego la recordé e intuí lo que había sucedido antes de que nadie me lo contara. Lara y yo conocíamos bien los rumores sobre la Chica de la Medianoche, pues el profesor de Lengua nos había mandado hacer un trabajo sobre leyendas urbanas. Según la leyenda, quienes habían hecho un pacto con ella llevaban su marca en la espalda. Aquella tarde Lara estaba bañándose tranquilamente en la piscina en compañía de su tío, pero entonces se fijó en que él tenía la marca y descubrió quién era el verdadero asesino de su madre: con su hermana muerta y su cuñado en la cárcel, el tío Javier podría manejar a su antojo el sustancioso legado familiar, al menos hasta que Lara fuera mayor de edad. Sabiéndose descubierto y temeroso de lo que pudiera decir su sobrina, decidió acabar con ella (lo cual, de paso, lo convertiría en el único heredero de la familia). Pero, como solo se puede recurrir una vez a la Chica de la Medianoche, tenía que hacerlo de una forma más convencional. Pensando que no habría testigos, la ahogaría y luego diría que había sufrido un accidente.
Claro que no contaba conmigo. Como no tenía tiempo para pedir ayuda, me olvidé del miedo y le di un fuerte golpe en la cabeza con el mango de un rastrillo. El tío Javier cayó al agua aturdido y yo aproveché para sacar a Lara, que llevaba mucho tiempo sin respirar y ya había perdido la conciencia. Mientras yo intentaba reanimarla (por suerte, mi madre, que es enfermera, me había enseñado cómo hacerlo), Javier se recobró, salió del agua sin que yo me diera cuenta e intentó clavarme unas tijeras de podar en la nuca. Entonces vio algo que lo dejó aterrorizado e intentó huir. Pero resbaló en las baldosas húmedas y cayó al suelo, clavándose la punta de las tijeras en la garganta. Yo no fui capaz de ver cómo moría y volví la cabeza asustada. Pero entonces pude ver cuál había sido la causa de su repentino terror: en el jardín estaba Ana, que tenía el mismo aspecto de seis años atrás. Ella se mantenía en silencio, contemplando al moribundo Javier con ojos melancólicos y apáticos. Yo le dije:
-¡Ana! ¿Viniste aquí para ayudarnos… o solo para cobrarte tu deuda?
Ella no respondió. Yo sonreí y dije:
-De todas formas, muchas gracias por todo.
Quizás ella me devolvió la sonrisa, pero no puedo asegurarlo, porque entonces se desvaneció en el aire y ya no la vi más.