
La víspera del día de su cumpleaños Juan volvió más tarde que de costumbre al pequeño apartamento donde vivía desde su divorcio. Al entrar en el edificio se encontró con que el cartero había dejado un paquete para él en el buzón de la comunidad. Sorprendentemente, la remitente del envío era su hija Marta, a la cual llevaba varios años sin ver. Una vez dentro del apartamento, Juan intentó abrir el paquete con sus propias manos, pero la tapa estaba atada con cordel y el nudo era muy difícil de desenredar, así que se vio obligado a cortarlo con unas tijeras. Tras dejar las tijeras sobre la mesa, se encontró con que dentro del paquete había una muñeca (extraño presente para un hombre como él) y un mensaje de su hija. Juan, presa de la curiosidad, se desentendió de la muñeca, que como regalo no le interesaba en absoluto, y se puso a leer aquellas líneas. Estas decían:
“Mi no querido papá: aunque llevamos mucho tiempo sin vernos, nunca podré olvidar los tiempos en los que vivíamos juntos, cuando entrabas en mi cuarto todas las noches mientras mamá estaba fuera, trabajando en el bar. Como recordarás, fue necesario que yo intentara suicidarme varias veces para que mamá y los abuelos empezaran a creerse mi historia, porque ellos confiaban en ti y no podían creer que fueras capaz de violar a tu propia hija. Aunque supongo que para ti yo, más que tu hija, era una muñequita con la que “jugar”, ¿no es así? Pues, por si aún eres aficionado a las muñequitas, te envío como regalo una muy especial. Últimamente he aprendido algo de magia negra y creo que he hecho un buen trabajo con ella. Supongo que habrás usado unas tijeras para cortar el nudo y que te has desentendido de la muñeca mientras leías este mensaje. En ese caso, estás perdido.”
Al día siguiente encontraron el cadáver de Juan, que tenía las tijeras clavadas en la garganta y yacía sobre su propia sangre (la muñeca también había caído al suelo, muy cerca de él). Como no se encontraron más huellas dactilares que las suyas, la policía concluyó que se había suicidado a causa de los remordimientos. Quizás no fue el dictamen más acertado, pero sí el más verosímil, pues la ley no reconoce la existencia de la magia (y, además, los dedos de las muñecas no dejan huellas dactilares).
…
Aquella noche el niño entró en el cuarto de su hermana mayor y le dijo:
-Fátima, ¿puedes venir a mi cuarto? Es que hay un monstruo debajo de mi cama y tengo mucho miedo.
El mismo niño, dos minutos después:
-Papá, mamá, ¿podéis venir a mi cuarto? Es que hay un monstruo debajo de mi cama y tengo mucho miedo, pero Fátima es mala y no me hace caso.
El mismo niño, cuatro minutos después:
-Espero que te hayan gustado, amiguito. Pero, si aún tienes hambre, también puedo llamar a la policía.