Pacto

EL PACTO (relato fantástico): Marlene, una niña de catorce años, vagaba penosamente por una de las regiones más agrestes y sombrías de los Cárpatos, rumbo a un viejo castillo que se erguía siniestramente sobre una colina empinada y boscosa, casi inaccesible. Ya se había puesto el sol cuando la muchacha llegó a la tenebrosa puerta del castillo. Allí se encontró con un hombre de aspecto aterrador, cuya palidez espectral contrastaba con la fúnebre negrura de sus ropajes y con el fuego infernal de sus pupilas.

Marlene, una niña de catorce años, vagaba penosamente por una de las regiones más agrestes y sombrías de los Cárpatos, rumbo a un viejo castillo que se erguía siniestramente sobre una colina empinada y boscosa, casi inaccesible.
Ya se había puesto el sol cuando la muchacha llegó a la tenebrosa puerta del castillo. Allí se encontró con un hombre de aspecto aterrador, cuya palidez espectral contrastaba con la fúnebre negrura de sus ropajes y con el fuego infernal de sus pupilas. Pese a ser una niña valiente, Marlene no pudo reprimir un estremecimiento al comprender que se hallaba ante Drácula, señor de los vampiros. Pero él no se atrevió a atacarla, pues la muchacha llevaba en la mano un crucifijo de plata, que había encontrado aquella misma tarde en una iglesia abandonada de las cercanías. Impotente ante el poder de la cruz, Drácula se limitó a mirarla con rabia y a decirle:

-¿Qué quieres de mí, niña? Si deseas la muerte, tira esa cruz y ofréceme la sangre de tus venas. Si no, será mejor que te vayas.

Marlene tragó saliva y dijo:

-Por ahora solo quiero ofrecerte un pacto.
-¿Un pacto? Será mejor que te expliques.
-Creo que llevas mucho tiempo sin probar sangre humana. Pues bien, yo te ofrezco la mía… pero no ahora mismo, ni tampoco a cambio de nada. Antes tú deberás hacer algo por mí.
-¿Y qué quieres que haga? 
-Que salves al mundo del hombre que desea destruirlo.
-¿A quién te refieres? Llevo mucho tiempo encerrado en mi castillo e ignoro qué ha sucedido últimamente en el mundo exterior. Solo sé que los vientos procedentes del valle traen olor a muerte, pero ignoro el motivo.
-Yo te explicaré el motivo: hace cosa de un año, el general ultranacionalista Oleg Bazarov se hizo con el poder en Rusia y declaró la guerra a Occidente. Primero sus misiles arrasaron nuestras ciudades, después sus tropas invadieron Europa occidental a sangre y fuego. Yo perdí a mis padres al empezar la guerra y al resto de mi familia poco después. Mi hermano pequeño murió de hambre en mis brazos. Como la ciudad donde vivía ya no era un lugar seguro, me refugié en el bosque y durante mucho tiempo estuve sola, comiendo lo que podía… y a veces no comiendo nada. Un día, hace varias semanas, me encontré con un viejo moribundo, al que atendí durante sus últimos momentos de vida. Mientras agonizaba, el anciano me pidió que viniera aquí y te pidiera ayuda contra el ejército de Bazarov. Yo pensé que estaba delirando, pero él, mientras me decía sus últimas palabras, me dio el mapa que me llevaría a tu castillo. Yo antes no creía en vampiros, pero estaba tan desesperada que, al final, decidí seguir las instrucciones del anciano y venir aquí. 

Drácula examinó a Marlene con ojos inquisitivos y finalmente dijo, más para sí mismo que para ella:

-Sin duda, aquel anciano era un descendiente de mi viejo enemigo, Abraham Van Helsing, pues actualmente solo un miembro de esa maldita familia creería en mi existencia. Resulta irónico que, en sus últimos momentos de vida, quisiera pedirme ayuda. En fin, creo que aceptaré tu propuesta, pues deseo beber tu sangre. Esta misma noche mataré a ese tal Bazarov, pero luego volveré por ti. Te advierto que, si intentas huir de mí incumpliendo tu promesa, te convertirás en una perjura, de modo que el crucifijo ya no podrá protegerte. En ese caso, te buscaré y luego…
-No te preocupes, te prometo que estaré esperándote aquí mismo. De todas formas, prefiero morir desangrada que de hambre.

Drácula le dedicó una fría sonrisa a Marlene y, tras convertirse en murciélago, se marchó volando hacia el este.

Cerca de Moscú se hallaba la base militar desde la cual el general Bazarov tiranizaba a su pueblo y coordinaba la destrucción de Occidente. Allí se sentía a salvo, mientras sus enemigos y sus propios hombres morían en los campos de batalla de toda Europa, pues las medidas de seguridad de aquella base eran virtualmente perfectas. 
Poco después del anochecer, Bazarov y sus generales se reunieron en una sala del búnker, para tomar una opípara cena antes de planear el inminente ataque nuclear contra los Estados Unidos. Mientras tanto, los centinelas advirtieron una extraña nube negra que se cernía sobre la base, aunque al principio no le prestaron demasiada atención. Pero luego vieron, aterrorizados, que no era una nube, sino un ejército de grandes murciélagos, que se arrojaron sobre los soldados chillando como demonios huidos del infierno. Las armas de los centinelas no podían hacer nada ante una amenaza semejante y no tardó en cundir el pánico en toda la base. Se ordenó cerrar las puertas del búnker antes de que entraran los murciélagos, aunque ello supusiera abandonar a su suerte a los soldados que se hallaban en el exterior. Cuando unos soldados se aprestaban a cerrar la puerta trasera, apareció ante ellos un hombre demacrado con uniforme de coronel, que les dijo en un tono a la vez autoritario y suplicante:

-¡Por el amor de Dios, déjenme entrar! No pueden abandonar a su suerte a alguien de mi rango.
-Puede pasar, señor… ¡pero, por favor, entre deprisa!

Los soldados dejaron entrar al coronel y luego cerraron la puerta, con el tiempo justo para impedir que los murciélagos penetraran en el búnker. Luego se volvieron hacia el coronel y le preguntaron si estaba bien. El aludido sonrió y les dijo:

-Estoy muy bien. Muchas gracias por abrirme la puerta, pues los vampiros no podemos entrar en un edificio sin invitación.

Poco después, Drácula se quitó el uniforme que le había arrebatado a una víctima de los murciélagos y se encaminó hacia el corazón del búnker, dejando atrás los cadáveres desangrados de unos cuantos soldados. No tardó en llegar a la sala donde se hallaban Bazarov y sus generales. No necesitó ni un minuto para matarlos a todos, salvo al propio Bazarov, que se quedó paralizado de terror cuando el vampiro clavó en él su mirada hipnótica. Drácula le dijo al indefenso general Bazarov:

-Bien, general, ahora se halla bajo mi poder, así que va a hacer todo lo que yo le mande: primero va a ordenar una retirada general de sus tropas, que mañana mismo volverán a Rusia sin causar más daños en los países invadidos. Y luego usted se suicidará con su propia pistola.


Tras asegurarse de que Bazarov había cumplido sus órdenes, Drácula volvió a su castillo y se presentó ante Marlene. Esta tenía una expresión extrañamente serena y no mostró ningún temor cuando vio al vampiro. Aún tenía la cruz de plata en la mano, pero no hizo el menor ademán de usarla para rechazar a Drácula. Simplemente le dijo:

-Pronto podrás beber mi sangre, pero te ruego que antes me permitas devolver esta cruz a la iglesia donde la encontré. No está lejos de aquí y te juro que habré vuelto antes del alba.

Drácula se mantuvo dubitativo durante unos segundos y luego asintió:

-Está bien. Después de todo, no me gustaría que esa maldita cruz se quedara tirada cerca de mi castillo. Puedes irte, pero no tardes en volver.


Marlene no tardó en volver, ya sin el crucifijo. Cuando la vio a su merced, Drácula se acercó a ella en silencio y le clavó los colmillos en la garganta, sin que la muchacha se resistiera ni emitiera el menor quejido. Durante varios minutos, Drácula sació su sed con la sangre de la niña, hasta que esta cayó al suelo muerta. Una vez saciado, su asesino se relamió los labios golosamente y se dispuso a dirigirse al bosque, en busca de nuevas víctimas. Pero entonces sintió un dolor terrible en sus entrañas y él también cayó al suelo, rugiendo y estremeciéndose de dolor como un león herido. Tras entrar en la iglesia para devolver el crucifijo, la valerosa Marlene había bebido el agua bendita que aún había en la pila bautismal, para que esta llegara a su sangre y luego pasara a las entrañas de Drácula, causándole la muerte. Y así fue como el cazador y su presa se desvanecieron juntos en las sombras del Olvido.

 

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